domingo, abril 24, 2011

epitafio ZP


Aleix Vidal-Quadras

La crónica de una muerte anunciada ha llegado a su fin. José Luis Rodríguez Zapatero, el quinto presidente del Gobierno desde la Transición, ha mordido el polvo y, abrumado por su fracaso, ha anunciado que renuncia a presentar por tercera vez su candidatura. Aunque a la luz de su trayectoria previa ya podía adivinarse, sus ahora perfectamente conocidas capacidades personales han dejado palpable que el exigente oficio al que fue promovido por la voluntad mayoritaria de su partido primero y de los españoles después rebasaba con mucho sus posibilidades de desempeñarlo con acierto.

Equipado con un expediente académico mediocre, sin obra escrita conocida, carente de cualquier experiencia profesional o empresarial de cierto calado, deformado por la escuela de la conspiración de pasillos en la estructura burocrática de una organización política de provincias, prácticamente inédito como parlamentario, sin otro idioma que el propio y este manejado con lenta, pobre y torpe premiosidad, vacío de bagaje intelectual más allá de los cuatro lugares comunes del progresismo barato, impregnado del rencor hacia todo lo que represente excelencia típico de los mediocres, limitado por la mentalidad aldeana del que nunca ha realizado actividad alguna en el extranjero, desprovisto de escrúpulos morales, incapaz de evaluar las consecuencias de sus disparates e ignorante incluso de los rudimentos de economía que posee un ejecutivo medio de una pequeña compañía, el inefable ZP se encontró un buen día catapultado a la máxima responsabilidad ejecutiva de una de las mayores naciones de Europa.

Este experimento absurdo estaba condenado al desastre y así ha sucedido para desgracia de la sociedad española, que tardará bastantes años en reparar los destrozos que este personaje entre ridículo y patético ha provocado en su riqueza material y en su consistencia ética. Cuando le confesó a su mujer que había descubierto que era enorme el número de españoles que podían hacer su trabajo, puso de relieve, aparte de su levedad mental, su irreversible condición de irresponsable contumaz. De la misma forma que la sabiduría consiste en la ampliación progresiva del ámbito de nuestra ignorancia, la apreciación de que la función de cabeza del Consejo de Ministros está al alcance de cualquiera sólo puede surgir de una de chorlito.

Un primer augurio sombrío de su entronización lo proporcionaron las trágicas y oscuras circunstancias en las que tuvo lugar su inesperada victoria de 2004. Nadie, ni por supuesto él mismo pese a ocasionales baladronadas inmaduras, pronosticaba un resultado favorable para el PSOE hace siete años. Los dos mandatos de Aznar habían saneado las arcas públicas, dinamizado el sistema productivo, reducido la tasa de paro hasta casi situarla en la media comunitaria, posibilitado la acogida sin tensiones de cuatro millones de inmigrantes, modernizado las infraestructuras y fortalecido el prestigio de España en el mundo. Todavía era pronto para percibir los peligros latentes en un modelo de crecimiento exuberante pero frágil y los excesos del sector financiero global que incubaban una crisis pavorosa.

Nuestro país disfrutaba entonces satisfecho de una etapa de prosperidad sin precedentes cuya prolongación se creía asegurada. Fue la reacción emocional ante una atrocidad sangrienta malignamente explotada por la izquierda y mal gestionada por el PP en términos de comunicación la que de repente colocó en La Moncloa a un perfecto inútil. A partir de este suceso aciago, y tras un arranque en el que se vivió de las rentas acumuladas durante el periodo anterior, los estragos del diseño zapateril pronto fueron visibles. Su estrategia ha consistido en impulsar todo lo que pudiera dividir, empobrecer, embrutecer, desprestigiar y debilitar a España a la vez que impedir o sabotear las iniciativas o las medidas tendentes a unirla, cohesionarla o abrirle oportunidades. La combinación letal de feminismo radical, ecologismo barato, connivencia con el terrorismo, pacifismo pusilánime, demonización del otro gran partido nacional, despilfarro galopante, deterioro de la educación, fragmentación de la nación y castración del Estado, ha sumido a nuestro país en la postración, la ruina, la confusión y el desánimo. El regreso al anonimato del que nunca debió salir del peor gobernante que hemos padecido en los últimos dos siglos únicamente puede producir alivio. En esta hora feliz de escribir su epitafio político, uno muy indicado sería: “Nunca soñó subir tan alto, nunca España imaginó caer tan bajo".

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