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Rally Dakar
El día más loco del Dakar
DANIEL G. LIFONA
LA PAZ (BOLIVIA)
Actualizado 07/01/2017 18:42 CET
Miles de bolivianos aguardaban el viernes la llegada del Dakar a las calles de Oruro como quien espera la visita de los Reyes Magos. Niños, mujeres y familias enteras se apostaban en las medianas y a los dos lados de la carretera desde la noche anterior, pertrechados con sus mantas de colores y hasta tiendas de campaña para no perderse ningún detalle del acontecimiento. Saludaban con ilusión y desconcierto al paso de los autobuses de la organización y la prensa horas antes de recibir a los primeros competidores. Hasta donde alcanzaba la vista, se divisaba un laberinto indescifrable de calles sin asfaltar, construcciones sin terminar (dicen que para no pagar impuestos) y decenas de perros callejeros que se mezclaban con la gente con total naturalidad. Aunque ya había llovido la noche anterior, nada hacía presagiar lo que estaba por venir.Además de motos, coches y camiones imponentes, el Dakar trajo una lluvia torrencial a Oruro, situada a 3.700 metros de altitud, en pleno altiplano. En realidad, la lluvia llegó por sorpresa a todo el país, sumido desde hace meses en una brutal sequía como no se había sufrido en años. Todo el agua que llevaba un año sin caer en Bolivia cayó en un solo día. Si la vida ya es difícil a 3.700 metros de altitud, con temperaturas más propias del invierno que del verano austral, peor es cuando el cielo se desploma sin avisar. En cuestión de horas, el vivac instalado en -caprichos del destino- el Puerto Seco de Oruro, se convirtió en un gigantesco mar de agua y barro que echó a perder todo el montaje del Dakar y dejó atrapados a los primeros pilotos. Muchos como Cristian España, Marc Solá y Luca Manca se refugiaban como podían bajo las carpas del comedor, calados hasta los huesos y ateridos de frío. Las caravanas de asistencia del Pedregá Team se habían quedado fuera, como muchos otros vehículos de asistencia, autocaravanas y los impresionantes motorhome que dan cobijo a muchos pilotos. Isidre Esteve, que por su paraplejia sólo puede estar unas determinadas horas sentado sin cambiar de posición, tampoco podía acceder al campamento para recibir los cuidados que necesita después de cada etapa.El personal médico y los periodistas quedaron atrapados en sus precarias carpas portátiles donde el agua entraba por todas partes y ponía en peligro la instalación eléctrica y los equipos informáticos de trabajo. Algunas tiendas de campaña flotaban sobre el agua o se las llevaba el viento. Llegar hasta el comedor o los baños era una misión casi imposible a las cinco de la tarde y la organización pidió a todos los integrantes del raid que permanecieran refugiados mientras se reunía el gabinete de crisis. La primera decisión que se adoptó fue retrasar dos horas la salida de la sexta etapa y acortar a casi la mitad la especial de 527 kilómetros entre Oruro y La Paz. A los periodistas se nos propuso adelantar el traslado a La Paz esa misma noche y salir hacia el aeropuerto a las 21:50 dada la imposibilidad de pernoctar en el campamento. Poco después se nos comunicó que se adelantaba una hora la evacuación, pero ya era demasiado tarde. El único acceso de entrada al vivac estaba bloqueado y no se podía entrar ni salir. Estábamos atrapados en un inmenso cenagal. Cada minuto que pasaba se complicaba la situación, hasta que la dirección de la carrera tomó la decisión, pasadas las 10 de la noche, de evacuar a todo el mundo y suspender la etapa del día siguiente. Como pudimos, cargando a pulso con las maletas, mochilas y ordenadores, calándonos los pies hasta los tobillos, alcanzamos un autobús y, a las 23:30 conseguimos salir del Puerto Seco de Oruro abriéndonos camino entre los camiones y caravanas que bloqueaban el camino de polvo de ladrillo.Los primeros en ser evacuados por carretera llegamos a las 5 de la madrugada al Colegio Militar Coronel Gualberto Villarroel de La Paz, donde nos esperaban literas y catres secos en barracones para cadetes. Los que salieron más tarde llegaron a media mañana, empapados y agotados, y contaban que el agua ya les llegaba por las rodillas. Fuentes de la organización explicaron a MARCA que a las siete de la mañana todavía había muchos vehículos atrapados en el barro y en el recorrido de la quinta etapa, pasando la noche al raso o dentro de los coches. Hubo casos de hipotermia y ansiedad por el estrés. Nunca olvidaremos el Día de Reyes de 2017, que pasará a la historia como uno de los días más locos de la historia del Dakar.
http://www.marca.com/motor/dakar/2017/01/07/5871288446163f4b7b8b45c1.html
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