viernes, septiembre 08, 2017

Odio al ciclista




Islandia

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El autor de este texto, Fernando Mafé, reflexiona sobre el tratamiento que hacen los medios del ciclismo, señalándolo como un problema en lugar de como la solución.

Desgraciadamente, y fruto de una mentalidad equiparable al machismo o al racismo, la lupa con la que últimamente se mira cada acción de un ciclista en una carretera o en una de nuestras calles tiene cien veces más aumento y repercusión que cualquier otra producida por el conductor de otro medio de transporte.
Por ejemplo, si un ciclista es captado por alguna cámara circulando por un lugar indebido, hemos de tener claro que será noticia en algunos medios de comunicación locales y de forma casi automática la opinión negativa se generalizará sobre el resto de la comunidad ciclista: “¡qué paguen impuestos”, “los ciclistas hacen lo que les da la gana”, “no cumplen las normas”… Por el contrario, también hemos de tener claro que no será noticia el hecho de que en una vía cuyo límite es 50Km/h, la mayor parte de los miles de vehículos que la transitan diariamente lo harán circulando por encima de la velocidad permitida. En este caso nunca escucharemos frases que impliquen o acusen a toda la comunidad de personas que conducen ¡Qué casualidad!
“Se nos tacha de inconscientes por circular en bici, cuando tenemos los mismos derechos que los demás”
Se nos tacha de irresponsables e inconscientes por circular con nuestras bicis por carreteras nacionales, comarcales, avenidas y calles de tránsito más o menos intenso: “los ciclistas son unos suicidas”, “luego se quejan de los atropellos”, “lo raro es que no hayan más atropellos”, “van entorpeciendo el tráfico”. Incluso cuando intentamos argumentar que tenemos exactamente los mismos derechos a circular por estas vías, hay quien da un paso más y nos tilda directamente de fanáticos y radicales.
Puede parece exagerado, pero esa es la estructura mental del mundo al revés que están creando algunos medios de información y grupos de presión con su desproporcionada manera de enfocar y contar la realidad. Lo hacen de tal modo que la solución se presenta como el problema y el verdadero problema se presenta como la consternada víctima: “por culpa del carril bici hay atascos”, “los ciclistas econazis odian nuestros coches y nuestra libertad”…
“El problema no son los 1,2 millones de barriles de petróleo quemados en España al día, ni las 30.000 muertes prematuras, sino los que creemos en salud, bienestar y calidad ambiental”
Para estas voces que repiten una y otra vez esas absurdas consignas aprendidas, el problema no son los 1,2 millones de barriles de petróleo que nuestro país quema cada día, ni tampoco las más de 30.000 muertes prematuras que se han producido a causa de la contaminación en los últimos años. El problema no son los millones y millones de euros de recursos públicos estatales que se dedican a fomentar y alimentar el cambio climático o a rescatar autopistas. Al parecer el problema somos quienes sencillamente creemos que el presente y futuro de las ciudades y pueblos, debe sostenerse en criterios de salud, bienestar, proximidad y calidad ambiental.
Al parecer a quienes repiten incansablemente las teorías que alimentan el discurso del odio al ciclista, la ciencia solamente les interesa cuando les conviene de forma personal, bien sea aplicada a un nuevo coche que aparca solo, para el último modelo de smartphone, para el avanzado tratamiento de una enfermedad o para viajar en el AVE a la velocidad del rayo. Pero cuando la ciencia les dice “cuidado humanos, nuestro planeta se está calentado peligrosamente y vamos a tener que hacer algo ya” o “la solución a los problemas pasa por una decidida gestión ambiental de las ciudades”, es entonces cuando miran a otro lado, desprecian la ciencia y olvidan todo atisbo de sensata racionalidad.
Lo triste es que dicha estructura mental no hace otra cosa que perpetuar el estatus de supremacía de una parte de la ciudadanía sobre la otra. Un estatus que al final siempre se acaba traduciendo en ocupación desproporcionada del espacio disponible, en acoso, en agresividad, en atropellos, en accidentes y en muertes, pues al fin y al cabo quienes optamos por la bici somos, según esa misma mentalidad, una suerte de ciudadanía de tercera clase que “vamos molestando al tráfico”, “que nos hacen carriles bici y encima nos quejamos”.
Lo último que se pretende con este texto es negar nuestra responsabilidad colectiva y personal en el proyecto común de la convivencia. Tampoco hay que negar que dentro de la creciente masa ciclista hay un buen número de irresponsables y maleducados que replican actitudes hostiles en el peor de los casos y demuestran poca atención cívica en muchas ocasiones. No obstante, y sin justificarlo en absoluto, es importante remarcar que las consecuencias de ciertas conductas negligentes sobre una bicicleta no son en absoluto comparables a las fatales tragedias que puede producir un automóvil manejado de forma irresponsable o simplemente imprudente.
Es hora de llamar a las cosas por su nombre: el acoso vial está en la carretera y en la calle, pero también en la tinta y en la boca de quien propaga esa mentalidad basada en la supremacía.

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